Qué poco sabemos de nuestros antepasados, de nuestros ancestros. Cuántas veces lo he pensado. Qué pena conservar tan solo algunas fotos y no poder colocar una webcam siglos atrás, para saber algo más allá de los abuelos.
En esta imagen está un tatarabuelo paterno rodeado de sus hijos. El más alto era mi abuelo. De joven su padre debió emigrar a Cuba donde hizo negocios y fortuna, como tantos asturianos que emigraron a América y volvieron para construirse sus casonas y montar negocios en su madre patria. Fueron lo que se denominó como indianos.
En nuestra familia tuvimos Almacén de Vinos y Fábrica de Chocolates, con lo que nos gusta ahora comerlo. Fábrica de gaseosa y Depósito de la Cerveza del Norte, con la de cañas y tercios que nos tomamos ahora cuando juega nuestro Real Madrid. Qué pena no conservar nada más que este recuerdo, un anuncio en el programa de las Ferias de Santa Teresa de 1929, justo antes de la crisis de los años 30.
Si ellos hubieran tenido todas estas facilidades que tenemos ahora de poder escribir y publicar instantáneamente, en Blogs, en páginas web, en redes sociales de todo tipo, probablemente sabríamos muchas más cosas de ellos, como de este otro tatarabuelo del que solo sabemos que fue el padre de nuestro abuelo materno, el muy querido médico rural de Infiesto (ver arriba su Orla de la Universidad de Salamanca, 1908). De vez en cuando encontramos alguna carta, algún documento, pero todo lo que se fue a los trasteros terminó desapareciendo poco a poco con el paso de los años.
En esta imagen, de otro tatarabuelo sentado a la mesa con casi todos sus hijos, que fueron muchos, y una de ellas, arriba a la derecha, mi abuelita materna, nadie sospecharía, ni lo más mínimo, de todas las aventuras y desventuras del que antes fuera seminarista. De cómo fueron a tomar la Fábrica de Armas de Trubia en plenas Guerras Carlistas. De cómo fueron apresados y condenados a pena de muerte. De cómo un general del bando contrario, amigo de la familia, consiguió que le conmutaran la pena por destierro. Y cómo en Argentina inició nuevos negocios, ligados a la ganadería, de los que viviría una familia que fue tan numerosa y pródiga en eminentes médicos para la época.
Pero volvamos un poco más hacia nuestros tiempos, y descubramos cómo ya en los años 20s (del siglo pasado) disfrutaban de las arenosas playas del oriente asturiano (Celorio, Llanes), mucho antes de que el boom inmobiliario las acorralara con ladrillo y hormigón. Ahí estaban los hermanos mayores de mi madre, mis tíos, haciéndose el equivalente a una selfie de aquel entonces delante del Castru el Gaiteru.
Pero la guerra civil interrumpió las tranquilas vidas de nuestros ascendientes, y mi madre no pudo conocer la playa de Palombina en su tierna infancia. Tuvo que ser ya, unos años más tarde, cuando en la posguerra retornaran a las orillas del mar Cantábrico que tanto nos gusta ahora.
Y por el invierno, justo antes de que se abriera la Estación de esquí de Valgrande-Pajares, ya hacían sus pinitos tirándose por las nevadas laderas de Arbás y de Busdongo, con unos rudimentarios esquís de madera de Reinosa, que ahora cuelgan de nuestras paredes a efectos meramente decorativos. No había remontes ni forfaits, esquís al hombro y para arriba. Y luego a comer unos buenos huevos fritos con patatas y chorizo casero para recuperar toda la energía empleada en la nieve.
Y probablemente esto mismo pasará dentro de unas cuantas generaciones, pues todo esto que tenemos ahora, millones de fotos y videos, información infinita de nuestras actividades, se pudrirá en los backups de discos duros que quedarán obsoletos en unos años, y probablemente nuestros bisnietos no sabrán nada de nada, absolutamente nada, de nosotros. Ya veremos.