Una de las colecciones más preciadas que conservo de mi tierna infancia es la de los soldaditos de plomo.
Esos soldados de plomo multicolores que comprábamos en el barrio Salamanca, en la tienda de juguetes Casa Thomas de la calle Goya, de la que por cierto ya no queda ni rastro, cuando íbamos a Madrid a ver a los abuelos que vivían por aquel entonces en la calle Hermanos Miralles (hoy General Diez Porlier).
Veníamos desde Valladolid de visita, y una de las paradas clásicas obligada, era allí, en aquella tiendecita de barrio tradicional de juguetes para comprar soldaditos por unidades. Y así, una y otra vez, hasta ir completando pequeños pelotones de diferentes ejércitos y épocas.
Coleccioné casacas rojas, mosqueteros, federados y confederados, rusos y prusianos, nazis y yankees, franceses, ingleses e italianos… de la primera y segunda guerra mundial, de la guerra de la secesión, una representación de las fuerzas contendientes en las guerras más populares que en aquella época veíamos una y otra vez tanto en cine como televisión.
Ahora compruebo que me faltaron por completar algunos pelotones, pero claro, nos hacíamos mayores y los soldaditos de plomo dejaban ya de interesar.
Los cromos de fútbol se imponían poco a poco a las colecciones más tradicionales.